Cuando la pluma supera al pincel
ON/OFF EPISTOLAR
Hace veinticinco años…
La
humeante taza empezó a inundar la pequeña cocina con el aroma dulzón del café
recién pasado. Junto con las suaves volutas de humo, sus recuerdos empezaron a
emerger de lo más profundo de su ser. Hacía sólo tres meses que Eduardo le
había comunicado que debía viajar al interior del país por un asunto de trabajo,
pero se le habían hecho una eternidad. Mientras tomaba su café, Elizabeth contempló por la ventana la
solitaria calle cubierta de neblina y se preguntó si hoy sería el día.
¿Qué
fue lo que le vio? A diferencia de los apuestos pretendientes que continuamente
la asediaban, lo que terminó por conquistarla fueron las cartas que una a una
Eduardo le escribía todas las semanas. Contrastadas con las superfluas y vacías
palabras de esos jóvenes engreídos, las cálidas palabras escritas con pulcra
caligrafía de aquel joven ingeniero fueron ganando su corazón poco a poco.
Corazón que empezó a latir aceleradamente al escuchar un ladrido lejano que se
hacía más intenso y que hizo que volviera a mirar por la ventana. A lo lejos,
una bicicleta se iba acercando perseguida por un perro, mientras el conductor
hacía esfuerzos por no perder el equilibrio. La espera había terminado. El
cartero estaba a la puerta.
Las
manos le temblaban al sostener el sobre que contenía la tan esperada
misiva. Observó detenidamente la
caligrafía y no pudo menos que estremecerse al pensar que en pocos segundos sus
ojos se posarían sobre las palabras de su amado. Corrió a su cuarto y tirándose en la cama
procedió a rasgar delicadamente el sobre. Cuidadosamente dobladas encontró dentro
cuatro páginas de un delgadísimo papel, las cuales extendió cuidadosamente sobre
su almohada.
˝Amada
mía... ”
Cuando
hubo terminado de leer la carta, las lágrimas corrían por sus mejillas. Como
alguien perdido en el desierto que no ha bebido agua por mucho tiempo, su alma
había sido hidratada nuevamente en aquel oasis epistolar. Volvió a leer la
carta dos veces más para grabar cada palabra en su corazón y luego jaló el
cajón de su mesa de noche. Allí,
cuidadosamente atado por una cinta escarlata, se encontraba su tesoro más preciado: Las
cartas de Eduardo. Desató el paquete y añadió una perla más. Ahora podía seguir
con su vida... hasta la próxima carta.
Año presente
Sentada
con una taza de café instantáneo en la mano, Elizabeth esperaba a que su laptop
terminara de encender. Abrió el administrador de correos y aguardó hasta que éste
se sincronizara. Una señal audible le indicó que tenía 14 mensajes sin leer en
la bandeja de entrada. Recorrió rápidamente con la vista la relación hasta que
encontró un nuevo mensaje de Eduardo. Hizo click y leyó:
“Hi,
te mandé un SMS, xq no contestaste :( Sin
novedad por ahora, tkm. xoxoxo”.
Con el puntero seleccionó el mensaje y sin emoción lo eliminó, junto con el spam.
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