Vidas Cruzadas
La historia presente es la versión extendida de un cuento corto que fue publicado por el diario El Comercio en el suplemento dominical en el año 2014 (Cuento Dominical). ¿Hasta dónde puede llegar la obsesión de una persona? Un enfrentamiento cruzado. Dos enemigos que no se han visto. Un final inesperado. Te invito a disfrutar de esta historia.
VIDAS
CRUZADAS
La puerta se cerró y la bulla, que hasta ese entonces había
inundado la casa, se fue escurriendo por las rendijas, convertida en un
murmullo, para luego desaparecer por completo. El silencio se le antojó
placentero. Parado al centro de la habitación, con las manos en la cintura,
aspiró profundamente. Mientras movía lentamente la cabeza de un lado a otro, se
dedicó a hacer un reconocimiento. A excepción de unos cuantos juguetes
desperdigados por el suelo y uno que otro cojín fuera de su sitio, parecía no
haber mayores daños. Se limitó a recogerlos pesadamente, mientras se preguntaba
cómo era posible que dos niños tan pequeños pudieran provocar tanto alboroto.
La verdad es que a sus 57 años ya no tenía la paciencia de antes. Ni aún
tratándose de sus nietos.
Se
propuso disfrutar de la reciente paz adquirida. Su esposa y sus nietos no
regresarían por lo menos en un par de horas. Muchas veces se había preguntado
de dónde sacaba ella fuerza y paciencia para lidiar con ese par de “angelitos”
cada vez que su nuera se los encargaba. Cuando le hacía la pregunta de manera
directa, su esposa se limitaba a decir mientras le apretaba maternalmente una
mejilla: – “Si puedo aguantarte a ti...” evitando de esa forma explicar
sentimientos que sólo alguien que ha sido madre entendería. Apartó sus
pensamientos de ella. Quizá algún día lo comprendería, por ahora lo único que
importaba era que tenía la casa sólo para él. Al dar una última mirada a su
alrededor, el periódico sobre la mesa de centro llamó su atención. Recordó
entonces la batalla pendiente.
Desde
que tenía memoria y más aún desde que se jubilara de la docencia hace 8 años, Eduardo
Moreno había dedicado muchos de esos momentos de soledad a resolver uno de sus
pasatiempos favoritos: El Geniograma, intrincado juego de palabras cruzadas que
publica el diario "El Comercio" todas las semanas. En realidad, su
pasión por la lectura, la curiosidad y el ansia de conocimiento, razones que lo
llevaron a ser maestro, se forjaron mucho tiempo atrás cuando rodeado de diccionarios
y enciclopedias, pasaba horas enteras enfrascado en desigual lucha intelectual
con M. Lara, quien en 1960 creará el primer Geniograma y cuya firma aparecía
desde entonces, estampada al pie de los mismos. ¿Quién era aquel misterioso
personaje que entrelazaba complicados laberintos de palabras? Desde que se
convirtiera en su rival semanal, Eduardo había estado pendiente de todo lo
relacionado con él. Sabía que era un boliviano y abogado de profesión que tuvo
que dejar su país por motivos políticos. Sabía que le gustaba escuchar a
Mozart, Chopin o Gershwing cuando preparaba sus Geniogramas. Sabía que
utilizaba el Petit Larousse, la Enciclopedia Británica y que había leído las
mejores obras de la literatura mundial. Sabía que le apasionaba el arte, el
cine y la actualidad política. A decir verdad, todo esto demostraba que
resolver por completo los Geniogramas, había pasado de ser una pasión a
convertirse en una obsesión. A pesar de existir la posibilidad de ganar un
premio económico éste no le interesaba. Eduardo Moreno pertenecía a ese 42% de
geniogramistas que, según una encuesta realizada por el propio diario "El
Comercio", sólo lo resolvían por placer. Aunque en su caso la palabra
placer se quedaba corta. Más que placer, cada Geniograma resuelto constituía la
derrota del creador y la victoria del maestro. Su victoria.
Decidido
a obtener el éxito una vez más, Eduardo se dirigió hasta su fiel equipo de
sonido Pionner y buscó entre las cintas que tenía apiladas alrededor. Fue
revisándolas una a una hasta que encontró lo que buscaba, "Rapsodia en Blue" de Gershwing por supuesto. Se había
convencido que para vencer a su rival tenía que pensar como él. Extrajo el
cassette de su estuche de plástico transparente y procedió a colocarlo en la
casetera. Apretó con firmeza la tecla de “play” y mientras escuchaba el ruido
silencioso previo al concierto, se dirigió al sofá junto a la mesa de centro.
Allí y al compás de las primeras notas cumplió con un riguroso ritual: Dobló
cuidadosamente el periódico dejando a la vista los aproximadamente doscientos
ochenta bloques cuadriculados, entre flechas, inscripciones y casilleros en
blanco, y alrededor de nueve imágenes colindantes con los bordes superior e
izquierdo que constituyen el alma del Geniograma. Se puso los lentes para leer,
los cuales había limpiado previamente con su pañuelo. Buscó en sus bolsillos y
extrajo su viejo encendedor Zippo junto con una cajetilla de Marlboro. Mientras
daba un vistazo al Geniograma a medio resolver, encendió el primer cigarrillo y
dando una profunda pitada pensó:
–“Bueno
Lara, aquí estoy de regreso y no me corro”.
Dada
su experiencia con este desafío de ingenio e ilustración y al hecho que Lara,
luego de tantos años inevitablemente y con mucha frecuencia se veía forzado a
repetir imágenes, frases y preguntas, Eduardo usualmente resolvía cerca del 60%
del Geniograma tan sólo con los datos almacenados en su cabeza. Un 15%
esperaban una que otra letra para la correspondiente verificación y el resto
era completado con los diccionarios que había ido acumulando con el paso de los
años. El infaltable Petit Larousse, edición 1977, cuyos bordes amarillentos y
pasta forrada con papel de regalo reflejaban un uso intenso. El diccionario de
Sinónimos e Ideas afines de Fernando Corripio, obsequio de su hijo mayor. El
Atlas de Anatomía de V. Pauchet y el Diccionario Bibliográfico Universal
Navarrete, comprados a un vendedor ambulante de libros usados de la Av. Grau
luego de tenaces regateos. Todos ellos se hallaban bajo la mesa de centro y
constituían sus armas en este cruzado enfrentamiento.
Dando
otra pitada al cigarrillo y mientras dejaba salir el humo lentamente, revisó el
Geniograma como quien revisa las posiciones en un campo de batalla. La frase
principal estaba resuelta: “No es para morir que yo pienso en la muerte, es
para vivir” Malraux. Pero aún quedaban muchos espacios en blanco y esperaba
poder encontrar alguna respuesta más sin recurrir a los libros. Muchas veces
había ocurrido que luego de descansar un rato, hallaba respuestas donde antes
sólo había interrogantes. Efectivamente, encontró una: Nombre de Delibes,
horizontal, tres letras. Se apresuró a escribir: Leo. Al cabo de un
rato y después de buscar infructuosamente otra respuesta, cogió el Petit
Larousse y una a una comenzaron a caer las posiciones del enemigo: Médico
asesinado por Charlotte Corday, horizontal, cinco letras: Marat. Adherente,
vertical, seis letras: Adnato. Navegante, vertical, cinco letras: Nauta. A
medida que llenaba los casilleros, un sentimiento de superioridad lo iba
llenando a él. Coartada, horizontal, cinco letras: Alibí. Pariente del Papa,
vertical, seis letras: Nepote Ya se había fumado el último cigarrillo
cuando completó algunas respuestas más y descubrió, consternado, que se
encontraba atrapado. Dos respuestas dependían de una tercera: Sonido
onomatopéyico de fractura, horizontal, cinco letras. Probó con todos los
sonidos imaginados y ninguno encajaba. Debido a su obsesión compulsiva por
resolver el Geniograma, empezó a alterarse. Eran las tres últimas respuestas.
De ello dependía el resultado final. Victoria o derrota. Él o Lara.
Sonido onomatopéyico de fractura, horizontal,
cinco letras. La interrogante rebotaba en el interior
de su cabeza una y otra vez buscando una salida. Habían transcurrido cerca de dos
horas. Su mujer, junto con sus nietos, llegaría de un momento a otro. Decidió
calmarse y servirse una taza de café, quizás si dejaba trabajar a su
subconsciente... Sonido onomatopéyico de
fractura, horizontal, cinco letras. Dejó el Geniograma sobre la mesa, sin
embargo el Geniograma no lo dejó a él sino que lo acompañó en su mente hasta la
cocina. Sonido onomatopéyico de fractura,
horizontal, cinco letras. Mientras movía lentamente su café iba probando
mentalmente posibles respuestas, pero ninguna de ellas encajaba. ¡Maldita sea! Por primera vez iba a
perder. Levantó la taza de café humeante y se dirigió a la sala. Sonido onomatopéyico de fractura,
horizontal, cinco letras. De pronto sintió como su cuerpo era tirado hacia
atrás violentamente, lanzándolo por los aires en una extraña contorsión.
Mientras caía, el tiempo parecía transcurrir en cámara lenta hasta casi
detenerse. Einstein tenía razón, tiempo y espacio se habían disociado. Trató de
intelectualizar la situación y entonces comprendió lo sucedido. Alguno de sus
nietos había dejado tirado uno de los juguetes y él acababa de pisarlo. Recordó
la taza de café que traía en la mano y pudo ver, con toda claridad, como volaba
junto a él por los aires. Pensó en la caída. Quiso protegerse, pero era
demasiado tarde. Hasta lo relativo tiene un final. Su cabeza golpeó fuertemente
contra el piso al tiempo que la taza se hacía añicos a su lado. Fue cuando lo
escuchó. Un ruido corto, seco, grave y profundo. No podía ser la taza ya que
está había producido un ruido agudo. ¡Eso era! Sonido onomatopéyico de fractura, horizontal, cinco letras. Por fin
tenía la respuesta. Se hubiera reído de no ser porque empezó a sentir un ligero
adormecimiento en la cabeza que se iba acentuando rápidamente. Entonces se
estremeció. Sonido onomatopéyico de
fractura... Un ruido corto, seco y profundo... el adormecimiento de la
cabeza. No había lugar a dudas, se había fracturado el cráneo. Estando de
espaldas, trató de incorporarse, pero era demasiado tarde, su cuerpo se negó a
responder. Tan solo pudo girar lentamente hasta quedar boca abajo. Sumido en la
más profunda oscuridad, con el rostro pegado al frío piso y con el último
vestigio de conciencia tuvo que aceptar la realidad. El Geniograma quedaría
inconcluso.
Lara
había ganado la batalla final.
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