El Testigo


     Agazapado tras la frondosa vegetación que me ocultaba, mi corazón latía aceleradamente mientras instalaba los equipos necesarios para cumplir con mi misión: Una minicámara de video IR capaz de grabar a color en HD con una sensibilidad de más de 4 millones ISO (+75 dB), que me permitiría captar imágenes con una iluminación inferior a 0.0005 lux; y un micrófono unidireccional, de clase cardioide, extremadamente sensible a los sonidos provenientes por el frente. Hacía tan sólo unos instantes acababa de realizar el salto, pero era evidente que la agitación de mi corazón no se debía a eso, ya que no era mi primer salto, sino a lo que estaba a punto de presenciar.

     Miré el reloj geomagnético en mi muñeca. El marcador indicaba las 2,330 horas. Tenía menos de una hora para verificar y registrar los hechos. La energía necesaria para producir y mantener un salto temporal es muy alta, por lo que la duración de los mismos no puede exceder de una hora. Pese a lo nervioso que estaba me apresuré en dejar todo listo.


     La luz de la luna llena se filtraba a través de las nubes, iluminando tenuemente el campamento, lo que me permitía ver con claridad todo lo que allí ocurría. La noche era fría, calculé que estaría a unos 12°C. Percibía en el ambiente un olor que no alcanzaba a reconocer hasta que caí en la cuenta de dónde estaba. El salto se había programado para que me ubicara en el año 33 de nuestra era, al borde del Valle de Cedrón en Israel. Me encontraba en un huerto rodeado de árboles de olivo y el olor que impregnaba el ambiente era el del olivo virgen.

     De acuerdo a las escrituras, mi objetivo debía aparecer de un momento a otro. Me pregunté si sería capaz de reconocerlo. Había estudiado mucho sobre él y de cierta manera se podría decir que lo conocía. Cuando la Academia de Ciencias Histórico-Temporales me propuso esta misión en particular, acepté de inmediato.  Con cuarenta años de edad, dos hijos en la universidad y un divorcio a cuestas, me encontraba en una etapa difícil de mi vida y necesitaba desesperadamente saber si todo lo que se decía de él era verdad. El ruido de pisadas acercándose me alertaron. Cuatro hombres que acababan de cruzar el arroyo de Cedrón, se aproximaban al campamento y los que se encontraban alrededor de la fogata se incorporaron al verlos llegar. El más alto de ellos se veía demacrado y sudoroso mientras que los otros tres estaban absortos en sus pensamientos. Deduje que el más alto era aquel a quien había estado esperando: Yeshua, el nazareno.

     Casi inmediatamente una gran agitación alborotó el campamento. Una multitud, conformada por guardias y autoridades aparentemente religiosas, llevando antorchas, lámparas, palos y armas, se acercaba precedida por un individuo que se adelantó al resto. ―¡Salve, Maestro! dijo y le besó efusivamente en ambas mejillas. El beso en la mejilla no me sorprendió tanto como el comprobar la exactitud de las escrituras. Luego de recibir el beso, Yeshua giró sutilmente la cabeza hacia donde me encontraba oculto y sus almendrados ojos se posaron en mi. 

     ―Amigo mío, adelante. Haz lo que viniste a hacer.

     Me sobrecogí al darme cuenta que esas palabras eran para mí. Consternado por lo que estaba presenciando, había olvidado por completo mi misión. De inmediato procedí a encender los equipos. Pese a la agitación del momento pude percibir en sus palabras una gran paz. Una paz que mi alma anhelaba con desesperación. Hasta ahora ignoro cómo supo que estaba allí y cuál era la naturaleza de mi misión.

     Al ver la señal pactada, los guardias desenvainaron sus espadas y dando gritos arremetieron contra el grupo con la obvia intención de prender al cabecilla. Yeshua, tratando de proteger a sus seguidores, gritó a la turba enardecida que se acercaba:

     ―¡Yo soy al que buscan, dejen libre a éstos!

     La acción violenta de los soldados me cogió por sorpresa. En un acto reflejo instintivo frente al peligro, active el campo de fuerza sin medir las posibles consecuencias. Al igual que una piedra produce una serie de ondas concéntricas al caer en el agua, este campo se genera al iniciar una reacción en cadena a nivel molecular en los gases que componen el aire, principalmente los isotopos de argón, creando una onda de choque que sirve como medida de protección en caso que los viajeros fuésemos atacados durante nuestra misión. Con estupor, ya que tenemos terminantemente prohibido intervenir en la línea de tiempo, pude ver como los guardias eran violentamente lanzados hacia atrás. Mientras ayudaba a ponerse de pie a los soldados, Yeshua volteó hacia donde me encontraba y aunque no había enojo en su mirada, era evidente que desaprobaba mi acción. Envalentonado por lo que acababa de ocurrir y en medio del desconcierto general, uno de sus seguidores desenvainó su espada y atacó a un desprevenido guardia cortándole una oreja.

     Yeshua le dijo: ―Pon tu espada en su lugar. Todo el que pelea a espada, morirá a espada. ¿No te das cuenta de que yo puedo llamar a mi Padre, y él mandaría ahora mismo más de doce batallones de ángeles? ―No sé porque sentí que otra vez se dirigía a mí. ―Pero si hago esto, ¿cómo se cumpliría lo que está en las Escrituras, donde dice que todo debe pasar de esta forma? Mientras hablaba puso una mano sobre la herida del hombre sanándola milagrosamente.


     Los soldados, sobreponiéndose al desconcierto inicial, avanzaron y procedieron a prender a Yeshua. Él no huyó, ni se ocultó sino que salió a su encuentro lleno de bondad. ―¿Acaso soy un bandido, para que vengan con espadas y palos a arrestarme? Todos los días me sentaba a enseñar en el templo, y no me prendieron. ―les dijo. Luego de ser atado sin oponer resistencia, se dispuso a seguirlos. Entonces el capitán que dirigía la guardia decidió arrestar a los seguidores de Yeshua por temor a que quisieran rescatarlo. Al oír la orden de arresto todos huyeron hacia el arroyo. En su alocada carrera, uno de los discípulos, que escapaba por donde me encontraba oculto, tropezó con los equipos, enredándosele su túnica. Con el pánico reflejado en su rostro y en su desesperación por huir, se despojó de sus ropas y salió corriendo totalmente desnudo. Después de lo sucedido, esperé a que todo se calmara, recogí los equipos y activé el dispositivo de salto. Eso es todo. No hubo tiempo para más. Al regresar al presente me esperaban los auditores temporales.

     Me han prohibido volver a hacer un salto. Mis acciones irresponsables durante mi viaje al valle del Cedrón no trajeron consecuencias en la línea de tiempo presente, pero definitivamente mi encuentro con Yeshua, o Jesús como muchos lo llaman, ha producido un cambio importante en mi vida. Hoy tengo una paz que está más allá de todo entendimiento y mi futuro es diferente. No sé si pueden creerme o no. Todo el material registrado quedó en poder de la Academia. De mi salto tan solo tengo el recuerdo y un breve registro en la historia bíblica(*). Puedes buscarlo en Juan 18: 1-12, Marcos14:43-52 y Mateo 26:47-56. Si lees detenidamente los tres pasajes podrás comprobar que no miento. Yo estuve en Getsemaní.

(*) Los versículos citados pertenecen a la Biblia, Nueva Traducción Viviente (NTV)

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