El Testigo
Miré el reloj geomagnético en mi muñeca. El marcador
indicaba las 2,330 horas. Tenía menos de una hora para verificar y registrar
los hechos. La energía necesaria para producir y mantener un salto temporal es
muy alta, por lo que la duración de los mismos no puede exceder de una hora.
Pese a lo nervioso que estaba me apresuré en dejar todo listo.
La luz de la luna llena se filtraba a través de las nubes,
iluminando tenuemente el campamento, lo que me permitía ver con claridad todo
lo que allí ocurría. La noche era fría, calculé que estaría a unos 12°C.
Percibía en el ambiente un olor que no alcanzaba a reconocer hasta que caí en
la cuenta de dónde estaba. El salto se había programado para que me ubicara en
el año 33 de nuestra era, al borde del Valle de Cedrón en Israel. Me encontraba
en un huerto rodeado de árboles de olivo y el olor que impregnaba el ambiente
era el del olivo virgen.
De acuerdo a las escrituras, mi objetivo debía aparecer de
un momento a otro. Me pregunté si sería capaz de reconocerlo. Había estudiado
mucho sobre él y de cierta manera se podría decir que lo conocía. Cuando la
Academia de Ciencias Histórico-Temporales me propuso esta misión en particular,
acepté de inmediato. Con cuarenta años
de edad, dos hijos en la universidad y un divorcio a cuestas, me encontraba en
una etapa difícil de mi vida y necesitaba desesperadamente saber si todo lo que
se decía de él era verdad. El ruido de pisadas acercándose me alertaron. Cuatro
hombres que acababan de cruzar el arroyo de Cedrón, se aproximaban al
campamento y los que se encontraban alrededor de la fogata se incorporaron al
verlos llegar. El más alto de ellos se veía demacrado y sudoroso mientras que
los otros tres estaban absortos en sus pensamientos. Deduje que el más alto era
aquel a quien había estado esperando: Yeshua, el nazareno.
Casi inmediatamente una gran agitación alborotó el
campamento. Una multitud, conformada por guardias y autoridades aparentemente
religiosas, llevando antorchas, lámparas, palos y armas, se acercaba precedida por
un individuo que se adelantó al resto. ―¡Salve, Maestro! dijo y le besó
efusivamente en ambas mejillas. El beso en la mejilla no me sorprendió tanto
como el comprobar la exactitud de las escrituras. Luego de recibir el beso,
Yeshua giró sutilmente la cabeza hacia donde me encontraba oculto y sus
almendrados ojos se posaron en mi.
―Amigo mío, adelante. Haz lo que viniste a hacer.
Me
sobrecogí al darme cuenta que esas palabras eran para mí. Consternado por lo
que estaba presenciando, había olvidado por completo mi misión. De inmediato
procedí a encender los equipos. Pese a la agitación del momento pude percibir
en sus palabras una gran paz. Una paz que mi alma anhelaba con desesperación.
Hasta ahora ignoro cómo supo que estaba allí y cuál era la naturaleza de mi
misión.
Al ver la señal pactada, los guardias desenvainaron sus
espadas y dando gritos arremetieron contra el grupo con la obvia intención de
prender al cabecilla. Yeshua, tratando de proteger a sus seguidores, gritó a la
turba enardecida que se acercaba:
―¡Yo soy al que buscan, dejen libre a éstos!
La acción violenta de los soldados me cogió por sorpresa. En
un acto reflejo instintivo frente al peligro, active el campo de fuerza sin
medir las posibles consecuencias. Al igual que una piedra produce una serie de
ondas concéntricas al caer en el agua, este campo se genera al iniciar una
reacción en cadena a nivel molecular en los gases que componen el aire,
principalmente los isotopos de argón, creando una onda de choque que sirve como
medida de protección en caso que los viajeros fuésemos atacados durante nuestra
misión. Con estupor, ya que tenemos terminantemente prohibido intervenir en la
línea de tiempo, pude ver como los guardias eran violentamente lanzados hacia
atrás. Mientras ayudaba a ponerse de pie a los soldados, Yeshua volteó hacia
donde me encontraba y aunque no había enojo en su mirada, era evidente que
desaprobaba mi acción. Envalentonado por lo que acababa de ocurrir y en medio
del desconcierto general, uno de sus seguidores desenvainó su espada y atacó a
un desprevenido guardia cortándole una oreja.
Yeshua le dijo: ―Pon tu espada en su lugar. Todo el que
pelea a espada, morirá a espada. ¿No te das cuenta de que yo puedo llamar a mi
Padre, y él mandaría ahora mismo más de doce batallones de ángeles? ―No sé
porque sentí que otra vez se dirigía a mí. ―Pero si hago esto, ¿cómo se
cumpliría lo que está en las Escrituras, donde dice que todo debe pasar de esta
forma? Mientras hablaba puso una mano sobre la herida del hombre sanándola milagrosamente.
Los soldados, sobreponiéndose al desconcierto inicial,
avanzaron y procedieron a prender a Yeshua. Él no huyó, ni se ocultó sino que
salió a su encuentro lleno de bondad. ―¿Acaso soy un bandido, para que vengan
con espadas y palos a arrestarme? Todos los días me sentaba a enseñar en el
templo, y no me prendieron. ―les dijo. Luego de ser atado sin oponer
resistencia, se dispuso a seguirlos. Entonces el capitán que dirigía la guardia
decidió arrestar a los seguidores de Yeshua por temor a que quisieran
rescatarlo. Al oír la orden de arresto todos huyeron hacia el arroyo. En su
alocada carrera, uno de los discípulos, que escapaba por donde me encontraba
oculto, tropezó con los equipos, enredándosele su túnica. Con el pánico
reflejado en su rostro y en su desesperación por huir, se despojó de sus ropas
y salió corriendo totalmente desnudo. Después de lo sucedido, esperé a que todo
se calmara, recogí los equipos y activé el dispositivo de salto. Eso es todo.
No hubo tiempo para más. Al regresar al presente me esperaban los auditores
temporales.
Me han prohibido volver a hacer un salto. Mis acciones
irresponsables durante mi viaje al valle del Cedrón no trajeron consecuencias
en la línea de tiempo presente, pero definitivamente mi encuentro con Yeshua, o
Jesús como muchos lo llaman, ha producido un cambio importante en mi vida. Hoy
tengo una paz que está más allá de todo entendimiento y mi futuro es diferente.
No sé si pueden creerme o no. Todo el material registrado quedó en poder de la Academia. De mi salto tan solo tengo el recuerdo y un breve
registro en la historia bíblica(*). Puedes buscarlo en Juan 18: 1-12, Marcos14:43-52 y Mateo 26:47-56. Si lees detenidamente los tres pasajes podrás
comprobar que no miento. Yo estuve en Getsemaní.
(*) Los versículos citados pertenecen a la Biblia, Nueva Traducción Viviente (NTV)
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