La Promesa Rota



Parada frente a la puerta de su nuevo departamento, Sofía metió la mano en su enorme cartera buscando inútilmente las llaves. Mientras revolvía todo lo que allí tenía, no puedo evitar pensar en él y se sintió más sola que nunca. Desde que se mudaran hace unas semanas, Carlos era el que solía abrir la puerta y con una reverencia le decía «Bienvenida a su castillo mi princesa». Pero él ya no estaba y no estaría jamás. El destino se lo había arrebatado. No más castillos ni princesas. Carlos había muerto repentinamente y junto con él todos sus sueños e ilusiones.

—¡Malditas llaves! gritó con rabia, al mismo tiempo que arrojaba la cartera al piso, como si ellas fueran las culpables de su dolor. Cansada de contener tantas emociones, el dique de su alma se rompió y empezó a llorar desconsoladamente con la cabeza apoyada en la puerta. Anoche, durante el velorio, había sabido mantener su entereza y hoy por la tarde, durante el entierro, las dos Clonazepan que le dieron, la habían tenido totalmente dopada. Durante unos minutos dejó que su pena fluyera libremente.

Aún compungida por el llanto y con los ojos anegados en lágrimas, pudo distinguir borrosamente las llaves tiradas en el piso. Se agachó para recogerlas junto con todo lo demás, metió nuevamente sus cosas en la cartera y se levantó dispuesta a abrir la puerta. La mano le temblaba haciendo que el manojo de llaves tintineara en el silencioso y desierto corredor. En un sentido práctico, era la primera noche que dormiría sin él y eso le asustaba. Desde que Carlos le prometiera en el altar amarla, en las buenas y en las malas, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, nunca la había dejado sola. Se armó de valor, metió la llave en la cerradura y de un golpe abrió la puerta de su departamento.

Adentro todo estaba a oscuras. «Se parece a mi vida», pensó. El departamento se encontraba casi vacío, con cajas aún por desembalar y unos pocos muebles cubiertos por sábanas para protegerlos del polvo. Fue entonces cuando vio una sombra fugaz en la penumbra de la habitación o por lo menos eso le pareció. Con el corazón dándole un vuelco y latiendo a mil por hora, trató de racionalizar la situación. Aunque eran las once de la noche, podía ser que María, su sirvienta, hubiese decidido quedarse para ayudarla o acompañarla, al fin y al cabo ella había estado con su familia desde que recordaba.

—María, ¿Eres tú? —balbuceó algo asustada. Por respuesta solo escuchó unos lejanos pasos en la cocina. Entró en pánico. Pensó en llamar a su amiga Mónica, quien acababa de dejarla, y se maldijo por no haber permitido que la acompañara hasta la puerta, sin embargo, recordó con estupor que su celular se había quedado sin batería. A tientas trató de encender la luz, pero el sonido de una silla siendo arrastrada terminó por helarle la sangre.

No estaba sola en la casa.

Su mente le decía que huyera pero su cuerpo no obedecía. Se quedó quieta –aunque petrificada sería más exacto– durante unos minutos que le parecieron horas, tratando de oír algo.

Nada.

El silencio solo era roto por su agitada respiración. «Quizá todo fue mi imaginación», pensó «El estrés de las últimas horas, los tranquilizantes que tomé, las horas sin dormir». Sofía trató de calmarse y deseó con todo su corazón que su esposo estuviera allí.

—Bienvenida a su castillo mi princesa. —dijo una voz proveniente de la cocina.

Tuvo que ahogar un grito de terror tapándose la boca con las dos manos. Una mezcla de emociones competían violentamente por su cordura. Pánico, desconcierto, curiosidad, amor... Sí, amor. Aunque el miedo la paralizaba, en el fondo de su corazón quería creer que era él, que no era su imaginación.

—¿Por qué no vienes a acompañarme princesa? —Volvió a decir la voz en la cocina— Ah, y por favor, no vayas a encender la luz.


Sus ojos, que se habían ido adaptando a la oscuridad, empezaban a distinguir mejor las formas. Lentamente, como afirmando cada paso, se dirigió a la cocina sin saber qué iba a encontrar exactamente. Al empujar la puerta, pudo sentir un descenso brusco de la temperatura y se estremeció. Una presencia oscura la observaba de pie, desde el centro de la habitación. No alcanzaba a distinguir su rostro pero no hizo falta.

—Lo siento si te asusté, pero no podía irme de este mundo dejando algo inconcluso.
—Pero... ¿Cómo es posible? Te acabo de enterrar...
—El amor no muere con el cuerpo sino que permanece para siempre y se va con nosotros. ¿Nunca oíste hablar de la magia del amor?
—¿Por qué no puedo encender la luz?
—No hay tiempo para eso, pronto vendrán por mi. ¿Recuerdas las promesas que te hice el día de nuestra boda?
—Te refieres a "En las buenas y en las malas, en la salud y..."
—Sí, a esas promesas. Durante el tiempo que estuvimos casados nunca rompí ninguna de ellas, hasta ahora.
—No entiendo... ¿A qué te refieres?
—¿Recuerdas la última parte de nuestros votos? —Al decir esto la presencia empezó a acercarse lentamente.
—Te refieres a "Hasta que la muerte nos sepa..." No pudo terminar la frase. Sofía sintió que se le erizaba la piel y empezó a retroceder. Al hacer el cuerpo hacia atrás, su pie tropezó con algo. En un acto reflejo bajó la mirada y dejó escapar un grito. Era el cuerpo sin vida de María.

—No soporto la idea de vivir una eternidad sin ti y no estoy dispuesto a esperar. –dijo, quien fuera una vez su esposo, acercándose amenazadoramente—. No voy a permitir que la muerte nos separe. ¡No puedo cumplir con esa promesa!

Lo último que Sofía vio sobre esta tierra fue una torcida mueca en el rostro macilento del fantasma de Carlos.

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Comentarios

  1. Los finales siempre son inesperados!!! Muy buen cuento, me gustó mucho.

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  2. Mmmm la verdad que no me esperaba este final, realmente me dejaste perpleja

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